Tradición familiar 

Dicen que mi bisabuelo recorría Andalucía en una carroza en un teatro ambulante, aunque no sé si es una anécdota inspirada en La Strada, la película de Fellini. Lo que sí es seguro es que mi abuelo fue actriz de teatro y tanto mi madre como mi padre estuvieron vinculados al mundo del cine: él fue actor y guionista y ella directora artística. Con semejante tradición era inevitable que yo estuviese relacionada con este negocio, aunque no siempre fuera mi intención. 

De niña aparecí en algún cortometraje y se me auguró una gran carrera en el cine, pero fui perdiendo interés más tarde cuando empecé a vincularme con otras historias que también me gustaban. Y me puse a estudiar Bellas Artes hasta que pasados dos años me di cuenta de que no era lo mío y que llevaba la interpretación en la sangre. Quisiera o no quisiera, era lo único que se me daba bien, así que di un giro a mi vida y volví a la casilla de salida: me puse a estudiar una Diplomatura en Actuación Escénica y Audiovisual.

Aunque ya tenía algo de experiencia y contactos suficientes gracias a mi familia, no quería entrar en el negocio por una puerta falsa. Quería formarme y estar en contacto con la parte teórica de la profesión. Una buena actriz debe ser versátil. Muchas personas, cuando empiezan, creen que lo único que van a hacer son películas o series, o quizás teatro. Pero hay demasiados actores para tan pocos papeles. Así que hay que estar abierto a otros sectores como la publicidad o la televisión. 

El tiempo que he pasado estudiando la Diplomatura en Actuación Escénica y Audiovisual ha sido una experiencia fantástica porque he retomado algunas cosas que ya creía asumidas y me he dado cuenta de que la actuación es uno de los trabajos más exigentes que existen a nivel emocional. Ponerte en la piel y en el corazón de otra persona es realmente complicado. Pero apasionante. Ahora que he terminado mi formación ya me siento con las suficientes garantías para continuar la gran tradición familiar.