Yogures y polvorones

Ha llegado un momento en que no soporto más a toda esa gente que se pasa la vida criticándolo todo, buscando tres pies al gato, y dando cancha a cualquier teoría de la conspiración que se les cruce por delante: son gente que viven a la defensiva esperando cualquier indicio para afirmar “esto ya lo decía yo”. Son unos cenizos, eso es lo que son.

En la última cena de Nochebuena me topé con uno de los mayores cenizos que he conocido nunca: el hermano de mi novio. Así es, mi cuñado cumple a la perfección con su denominación: todo lo sabe, sobre todo tiene opinión, y nunca coincide con la de la mayoría, por supuesto. Lo último fue atacar mi alimentación llegando a decir que eso de las intolerancias es “mentira”, que es todo una “estrategia publicitaria”.

En un momento de la cena (el condenado me tocó en frente y no había manera de rehuírlo) me habló de mis costumbres alimenticias, como él lo llama. Sabe que yo soy vegana, que tengo algunas intolerancias y que trato de cuidarme siempre que puedo. Como no comí nada de carne en la cena, le pareció algo insólito y decidió atacarme. Le tuve que explicar que es bifidus mientras él ponía cara irónica esperando su momento para sacar la artillería pesada.

Tengo que admitir que el chaval se lo trabaja, debe tener mucho tiempo libre, porque siempre tiene opinión y puede que, incluso, algunas de las cosas que dice sean ciertas, pero su objetivo final era tratar de ridiculizarme delante de todos. Mi novio, el pobre, se lo toma a broma: dice que lo mejor es dejarle, que es una vez o dos veces al año y que no hace daño a nadie…

Y es que cuando llegó el postre yo me negué a probar las “delicias” propias de la Navidad. Mi suegra conoce y respeta mis costumbres: a ella no le tengo que explicar que es bifidus. Me puso un yogur de los que yo suelo tomar, independientemente de que sea fiesta o no, pero mi cuñado no podía parar de reír… casi se ahoga con su polvorón.